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Disuelve el azúcar en la mitad del agua tibia.
Sobre una superficie limpia o en un bol grande, haz una montaña con la harina y la sal. Abre un hueco en el centro y vierte en él la levadura disuelta. Ve desplazando la harina al centro poco a poco hasta que absorba todo el líquido. A continuación, vierte la otra mitad de agua tibia en el centro e incorpora la harina hasta obtener una masa ligeramente húmeda.
Amásala, apriétala y dóblala una y otra vez hasta obtener un resultado consistente.
Enharínate las manos y la superficie de la masa, pero sin añadir demasiada cantidad. Dale forma redondeada y colócala sobre una bandeja de hornear. Déjala reposar en un lugar cálido hasta que haya doblado su tamaño. Este proceso llevará aproximadamente 40 minutos.
Una vez haya doblado su tamaño, colócala sobre una superficie enharinada y extiéndela hasta que tenga aproximadamente 2’5 cm de grosor. Para que sea más fácil pasarla a la bandeja de horno, puedes hacerla un rollito y volver a extenderla en la bandeja.
Vierte por encima el aceite de oliva, coloca los tomates y las aceitunas sobre la superficie de la masa y presiona para que se incrusten bien. Empujando con los dedos hacia el fondo de la bandeja conseguirás darle a la masa la forma característica de las focaccias. Además, esas pequeñas hendiduras sirven para que se acumule en ellas el aceite cuando las horneas.
Deja la masa reposar hasta que vuelva a doblar su tamaño. Una vez lista, espolvoréala con sal y pimienta y métela en un horno precalentado a 220 ºC/Gas 7. Hornea durante 20 minutos hasta que esté crujiente y dorado por fuera y tierno en el interior.
Édition limitée